D10S ha muerto. Ciclo de cine maradoniano

Cinco años sin el Diego

Excesivo, imprevisible, en la dicha o en la derrota, por lo dicho y lo hecho, Diego Armando Maradona fascina, y no fueron pocos los que intentaron conjurar su presencia en planos cinematográficos.

Siempre en dosis excesivas, sin escatimar contradicciones, ni lujos ni miserias, fue mimado por el amor popular, tan barrial como global. Corrompido y errático atravesó el pecado, pero también ocupó su lugar de irreverencia en el reparto injusto norte-sur, el arriba y el abajo. Y en su recurrente camino de redención, avanzó de derecha a izquierda, como en aquella corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos.

La impureza de su figura, percudida por el barro del potrero y el brillo del espectáculo, toma por asalto la mirada y acaba por desbordar la pantalla que lo encuadra. No hay rótulo ni imperativos que lo contengan, no es posible descifrar su gracia. Elude cualquier defensa o impugnación que se presente como definitiva, porque cada día juega mejor.

Cuatro películas distantes y distintas. Cuatro formas posibles de la representación cinematográfica: Maradona aparece como actor, cuerpo indicial documentado, personaje representado o figura mítica.

Una película de Palito Ortega (¡Qué linda es mi familia!, 1980), complicada, como todo lo que hizo el tucumano en tiempos de terrorismo de estado. Pero, a la vez, una película digna de revisión, porque la memoria también se elabora con este tipo de imágenes residuales, y a la abyección hay que mirarla de frente. Debut de Diego como actor, en el que su participación se reduce a un diálogo —pero sin su voz, que fue doblada— con Luis Sandrini.

Una película del balcánico Emir Kusturica (Maradona by Kusturica, 2008) como entrada al mito, a su reivindicación internacional, en una suerte de romanticismo de exportación, pero no menos certero y honesto. Además, contiene una escena rápidamente incorporada al canon de la fraseología maradoniana: “Emir, ¿sabés qué jugador hubiese sido yo si no hubiese tomado cocaína? Qué jugador nos perdimos”. Tan hábil con las piernas como con su labia.

Una película del napolitano Sorrentino (Youth, 2009), un director que le debe la vida a Diego, en un sentido para nada figurado, razón por la que le dedicó un Óscar y una película entera. En Youth, Maradona aparece como personaje de ficción, representado por un notable Roly Serrano, en los márgenes de la historia, pero inevitablemente atrayendo la atención (¿fotogenia o prueba de la existencia metafísica del aura?).

Una película del chino Shujun Wei (Ripples of life, 2015). La primera película en representar la ausencia de Diego, que funciona como puesta en abismo para dar cuenta del propio proceso de creación y de los efectos de su falta en un lugar, en principio, insospechado. Una película formidable, atravesada y conmovida por la partida de una persona en las antípodas geográficas del planeta.

Iconografía todavía en plena construcción, Maradona aparece y la imagen se conmueve: si hay una ilusión hecha de 24 fotogramas por segundo, Él parece contener un movimiento más, todavía por descubrir, como aquel gesto manual y plebeyo (antiimperialista, según el abuelo de Sorrentino) que burló al tonto de Shilton.

Parafraseando la fórmula de Laclau para describir un fenómeno político de lazos tan profundos con la argentinidad como Diego: Maradona es un significante denso. Solo cuatro películas, y nos quedamos cortos ante tanto exceso, bello, contradictorio, sacro.

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