North West Frontier

India, 1905. Una revuelta de fundamentalistas religiosos arrasa con un maharajá aliado a los británicos colonialistas y prácticamente extermina a su familia. Sólo queda un pequeño príncipe que es buscado con determinación, puesto que es el ahora único heredero de la región. También con determinación es que los británicos tratan de salvarlo, por lo que se organiza un rescate primero y una fuga en tren después, donde el capitán Scott (Kenneth More) liderará un pequeñísimo grupo de soldados cipayos para lograr que dicho tren -donde viaja el niño, su gobernanta (Lauren Bacall), algunos caucásicos que aprovechan la fuga y un periodista indio que mira todo con ojos bastante cínicos (Herbert Lom)- logre llegar a territorio neutral. Si alguna vez el gran artesano J. Lee Thompson generó una obra maestra, estamos ante ella (sin despreciar para nada el resto de su admirable carrera, que incluye trabajos como The White Buffalo, Tiger Bay, 10 to Midnight, The Guns of Navarone -que debe ser su otra candidata a obra maestra-, Ice Cold in Alex, Eye of the Devil, McKenna’s Gold y muchas, muchas más) donde aprovechando un relato sencillo, directo y contundente desarrolla una gran aventura, que recuerda nada menos (aunque cronológicamente sean posteriores) a las de Hugo Pratt. El elenco reluce todo, con More bancando un protagónico de acción sin casi nada de su tradicional humor, demostrando que era un jugador de toda la cancha; Lom deslumbra en un personaje cargado de matices y es Bacall quien se roba la película con una interpretación soberbia. North West Frontier es una muestra de lo maravilloso que podía llegar a ser el relato fílmico de aventuras en los 50s y 60s -se me ocurre compararla con otro gran ejemplo de esto como es The Flight of the Phoenix, de Robert Aldrich- donde cada pieza estaba en su lugar, cada giro de la trama era efectivo, cada momento de la narración era necesario. Cine, en una palabra.

Reseña escrita por @rodolfosantullo